LA LIBERTAD constituye un rasgo irrenunciable del ser humano, especialmente en su fase adulta, (dado que hay un camino de aprendizaje en el uso de la libertad). Sin libertad no hay lugar para la responsabilidad, por eso sin libertad desaparecería por completo la esfera ética, en la que el sujeto decide usar sus capacidades para realizar el bien.
La dimensión ética es inherente al carácter libre de las acciones humanas deliberadas, y es el espacio en el que se afirma plenamente el protagonismo de cada persona. Por otra parte, sin la posibilidad de elegir entre distintas conductas y acciones -es decir, sin libertad-, no tendría sentido ningún proyecto personal de capacitación y mejora, y anularía toda auténtica motivación.
Para que cada uno se vuelva consciente de su espacio de libertad, es necesaria cierta interioridad. Desde el punto de vista neurológico, hay evidencia de esa función cerebral del sujeto llamada ‘conciencia de sí ‘, que consiste en saber que uno existe y es origen de sus propios actos. Esta función se va desarrollando paulatinamente, siendo la sonrisa de los niños de dos meses ante el rostro humano la primera evidencia de su aparecer. Esta conciencia de sí está muy cerca de la conciencia moral, porque consiste en la percepción reflexiva del yo, primer paso para la toma de decisiones y para su evaluación. La interioridad es entonces el espacio del yo que delibera entre bienes, que anticipa una determinada acción y sus efectos posibles, que decide finalmente si y cómo actuar, y que analiza los resultados de las decisiones tomadas, corrigiendo eventualmente los efectos negativos.
La palabra éticaviene del término griego ἢθος (éethos), que alude simultáneamente al carácter o situación particular de cada persona, pero también al ámbito o hábitat que las personas comparten en su vida, que suele ser fuente y arraigo de hábitos y costumbres. Estos dos sentidos del término griego nos indican la importancia que tiene el entorno para las conductas: hay ámbitos que favorecen la buena toma de decisiones éticas, y otros que las dificultan. Como ejemplo, basta analizar el efecto de una cultura hedonista en la toma de decisiones: el criterio para la elección será la búsqueda de lo placentero, es decir, del bien inmediato. En cambio, una cultura que estimule la excelencia prepara el camino al esfuerzo por alcanzar bienes arduos, los que implican mayor dedicación, mayor espera, pero también mayor durabilidad y mayor plenitud.
La pandemia del Covid 19 ha alterado enormemente nuestras conductas habituales, desmintiendo las promesas de una infinita gratificación a través de productos cada vez más sofisticados. Algo se interrumpíó abruptamente, y hubo que hacer frente a lo desconocido con los pocos datos disponibles: una enfermedad que en un tiempo brevísimo pasa de un continente a otro, que todavía no tiene terapia adecuada ni vacunas para frenar su difusión, necesita en un primer momento una rápida estrategia para evitar el colapso de la población y de los centros de salud. Esto explica por qué razón los distintos países aplicaron una drástica restricción de las libertades individuales.
Siendo la libertad individual un rasgo constitutivo del ser humano, lo que lo hace sujeto capaz de proyectar su futuro y elegir su conducta, asumir la autoría de sus actos, y eventualmente corregir los efectos negativos, si la libertad es todo eso, hay una sola razón para su restricción lícita: la búsqueda del bien común.
En una rápida definición, el bien común, que no es la suma de los bienes individuales, cosiste en una serie de bienes materiales y simbólicos, y de relaciones interpersonales de respeto y cooperación que permiten una vida plena a cada uno y a todos. En nombre de la consecución la garantía del bien común, cuando podemos reconocer la autenticidad del bien buscado y la adecuación de los medios, es lícita la restricción de la libertad individual, a través de leyes, decretos, prohibiciones, etc., y es propio del ciudadano poder y querer adherir a lo requerido por la ley, gracias a la racionalidad de lo que se le pide. Es el fundamento racional de la restricción lo que permite la adhesión, y por lo tanto evita la obediencia ciega, que no es una conducta propia de un sujeto consciente y libre: adhiere a la conducta requerida porque entiende el bien al que apunta. La salud de todos es un bien común suficientemente importante para que yo decida libremente obedecer a las limitaciones de la cuarentena.
Ya pasó un poco más de un año de la aparición de los primeros casos de Covid 19 en Wu-han, y ya hay en el mundo muchos millones de personas que se contagiaron, y más de 2 millones de fallecidos. La preservación de la salud pública, frente a un factor desconocido como este virus, parece una buena razón para las restricciones, por lo menos en un primer momento. Pero cuando no hay unanimidad científica en el modo de combatir la difusión de la enfermedad, se toman decisiones injustificadas en cuanto a la restricción de la libertad. Algunos ejemplos ilustrarán esta afirmación.
¿Por qué las escuelas permanecieron vacías y los casinos (por lo menos en la Argentina) pudieron abrir las puertas? Se sabe que la brecha informática ha producido un enorme atraso educativo en los grupos de niños y jóvenes con acceso limitado a la web: un año de educación solo virtual equivale a un retroceso en el proyecto de plena inclusión a través de la educación, porque muchísimos niños y jóvenes no tenían medios idóneos para conectarse, y porque aún los que podían llegaban al hartazgo de un sistema tan poco motivador.
¿Por qué por tanto tiempo se impidieron las celebraciones religiosas, cuando era posible garantizar el respeto del protocolo preventivo, como se está haciendo ahora? ¿Por qué no se aplicaron -de nuevo, en la Argentina- las mismas restricciones a la muchedumbre que acompañó el féretro de Maradona? ¿Por qué los legisladores trabajan en forma remota, cuando se podría perfectamente garantizar la ventilación y desinfección de la sala, y el distanciamiento social? ¿Por qué hay inaceptables favoritismos en la distribución de las vacunas?
¿Por qué no se pensaron alternativas a dejar morir en total soledad a las personas por temor al contagio? ¿Por qué se acusaron las manifestaciones opositoras -con el debido distanciamiento social- de ser ocasión de contagio, y se permitieron otras afines al gobierno? Los ejemplos de abusos de autoridad, sin razones válidas, son infinitos.
Cada estado ha respondido como pudo, pero es responsabilidad de todos nosotros no asumir un papel excesivamente paciente y pasivo frente a las medidas injustificadas e inaceptables que pretendan prolongar un estado de excepción sin evidencias tangibles de su eficacia. La adhesión a las leyes es también un acto de libertad que resulta de la racionalidad, la adecuación y la proporción de la medida restrictiva mirando al bien común. Toda otra modalidad debe ser resistida.
No somos objetos de la autoridad, sino sujetos de la sociedad, somos – cada uno y todos juntos- constructores del bien común y protagonistas de la historia.