El reconocimiento creciente de derechos parece tener un carácter patológico, el de una especie de adicción a los derechos. Este reconocimiento no tiene como consecuencia un aumento de la justicia, ni un logro más acabado del humanismo. Parece que, más bien, produce lo contrario: socava las bases de este. Esta hipertrofia de los derechos puede dividirse en dos grupos: la de los “nuevos derechos” y la de los “nuevos derechos humanos”.
Cualquier ser ostenta derechos
La asunción de los “nuevos derechos” es que cualquier bien humano o no humano puede ser llamado “derecho”. Cualquier ser ostenta derechos: animales (como la orangután Sandra, de Florida) o montes (como el Taranaki, en Nueva Zelanda); androides o ginoides (como Sophia, ciudadana saudí); quimeras o a inteligencia artificial general. En su raíz, la visión de los “nuevos derechos” niega las distinciones ontológicas entre seres y tiene como consecuencia más grave la negación de la mayor estatura del ser humano en el mundo. Por ello, esta visión socava las raíces humanistas —tanto ilustradas como judeo-cristianas— de los derechos humanos.
Formas de sometimiento
También se reconocen, desde hace varias décadas, “nuevos derechos humanos”. Los derechos, dada su apariencia de libertad, gozan de una gran utilidad retórica. Por eso, es difícil ver que son, en muchos casos, libertades que convienen a aquellos que dominan. Así, las formas de sometimiento hoy utilizan la misma libertad del individuo para dominarlo: este coopera sin saberlo en su propio sometimiento a través de una libertad que es querida por el dominador. En el ámbito del derecho el deseo de agradar para dominar supone presentarle nuevos derechos que han sido cuidadosamente seleccionados.
Un buen ejemplo de ello es el aborto. En el mundo libre se despenaliza en EEUU, con Roe v. Wade (1973). Se presenta como ampliación de la intimidad o privacy, el llamado derecho a ser dejado solo. Al mismo tiempo, el Consejo Nacional de Seguridad de este país elabora secretamente un documento programático mucho más relevante para la extensión del aborto. Se trata de un extenso memorando que señala la conveniencia, para los intereses estadounidenses, de que el aborto se haga universalmente legal. Es la mejor forma de reducir la población, sobre todo, de reducir el número de pobres en el mundo. Este objetivo se ha de lograr subrepticiamente, convenciendo a los padres de que tienen el derecho a abortar y de que es una libertad que les conviene[1]. El aborto tiene un carácter radicalmente voluntarista, pues presenta libertades al individuo contra sus tendencias naturales (como el natural apego a los hijos) y frente a la correspondiente norma natural que solía cumplirse espontáneamente en la inmensa mayoría de los casos (el deber de respetar la vida de los hijos). La voluntad —una voluntad dirigida— prevalece sobre las tendencias naturales que deben ser vencidas con grandes programas de adoctrinamiento. [1] Memorando del Consejo Nacional de Seguridad 200 (NSSM-200), Implicaciones del crecimiento de la población mundial para la seguridad y los intereses de Estados Unidos (Informe Kissinger), 10/12/1974. pp. 12 y 66. El documento fue des-clasificado en 1990.
A través de las emociones
Además, el aborto pretende universalizarse, pero no a través de una visión común del hombre y tras un largo esfuerzo de diálogo como ocurrió con la Declaración Universal de de 1948. Su adhesión universal se logra a través de las emociones, que permiten cambiar eficazmente la opinión de las masas: piénsese en el uso retórico de la violación para justificar el aborto y que constituye un 0,01% de los abortos. Esta adhesión se logra también con el uso retórico de la supuesta ampliación de la intimidad y del principio de no discriminación. Esto permite cerrar el discurso a favor del aborto de un modo sumamente inteligente y de acuerdo con la sensibilidad de la época. Así, el aborto y, junto a él, otros nuevos derechos, pueden verse bajo estas características: también la eutanasia. Esta puede verse bajo este signo: por su carácter voluntarista (frente al natural apego a la vida), por el uso de las emociones para suscitar adhesión, así como por su pretendida ampliación del derecho a ser dejado solo. Tanto en el aborto, como en la eutanasia, las alternativas son silenciadas: la ayuda a las embarazadas o el uso de los cuidados paliativos. Esto pone de manifiesto que no se quiere reconocer la posibilidad de decidir entre distintas opciones —lo que ya sería negativo si alguna de ellas lo es—, sino lograr una decisión específica. Recuperar la tradición humanista de los derechos exige, por un lado, conceder la exclusividad de su disfrute a los seres humanos, lo que no excluye el deber de cuidado de la naturaleza. Por otro, exige que, si ha de declararse un nuevo derecho, no socave los anteriores, sino que haya una armonía entre ellos bajo el denominador común de la dignidad humana.
[1] Memorando del Consejo Nacional de Seguridad 200 (NSSM-200), Implicaciones del crecimiento de la población mundial para la seguridad y los intereses de Estados Unidos (Informe Kissinger), 10/12/1974. pp. 12 y 66. El documento fue des-clasificado en 1990.