Le , par Julio Tudela
Por primera vez en España, una mujer ha dado a luz a un bebé tras someterse a un trasplante de útero. Previamente, en octubre de 2020, Tamara Franco, se había sometido a una cirugía de útero en el Hospital Clínic de Barcelona en una operación que duró 20 horas. La donante fue su hermana, ya que ella sufre el síndrome de Rokitansky, por el que nació sin útero ni trompas de Falopio, pero sí con ovarios. Este trastorno, por el que es imposible lograr un embarazo, afecta a 1 de cada 5000 mujeres en el mundo. Todo empezó cuando en 2015, el Clinic fue autorizado por comités de ética del departamento de Salud para llevar a cabo un programa experimental para trasplante de útero en cinco casos con síndrome de Rokitansky.
Transferencia de embriones
A los dos meses de someterse al trasplante, Tamara tuvo su primera menstruación, según explica el jefe de Servicio de Ginecología del Clínic, Francisco Carmona. Ocho meses después, fue sometida a una transferencia de embriones. La joven no consiguió quedarse embarazada en el primer intento, ya que sufrió un aborto, y fue necesario repetir el proceso de transferencia de embriones varias veces. Tras quedar embarazada, Tamara sufrió una preeclampsia,una complicación que comporta un aumento de la presión arterial posiblemente derivada de la medicación que tomaba para evitar el rechazo del útero trasplantado. Fue entonces cuando los profesionales decidieron programar una cesárea convencional en la semana 30 de gestación. Con cerca de un kilo de peso, el bebé nació sin problemas y tras su ingreso en la UCI neonatal, le dieron de alta en el hospital tras alcanzar los 3,2 kilos. Tras el parto, a la mujer le fue extirpado el útero trasplantado para evitar tener que mantener inmunosupresores de por vida para evitar el habitual rechazo hacia los órganos trasplantados.
El primero en el mundo
El 5 de octubre de 2014, la revista The Lancet ya se hizo eco del primer niño nacido de una mujer que se había sometido a un trasplante de útero. Se trataba de una mujer de 35 años, que también sufría el síndrome de Rokitansky. Previamente, este tipo de trasplante se había intentado en Arabia Saudí en 2000, y en Turquía en 2011. Ninguno de los dos resultó exitoso. Tras estos dos primeros trasplantes, Matts Brännström y su equipo, del Departamento de Obstetricia y Ginecología de la Universidad de Goteburgo y diversos colegas de otras universidades, obtuvieron el requerido permiso para realizar este tipo de trasplantes en Suecia. Se les autorizó llevar a cabo 9 trasplantes. En la primavera de 2013 se completó el último de ellos. En cinco casos, las donantes eran madres de las receptoras y en el resto parientes o amigas. De los 9 trasplantes realizados, dos fracasaron por problemas de trombosis o infección en la mujer trasplantada. La segunda fase del proyecto preveía la implantación de embriones producidos por fecundación in vitro en las 7 mujeres restantes.
En 2016, ya recogimos en nuestro Observatorio el primer caso en el mundo de un niño nacido tras un trasplante de útero entre madre e hija y el segundo realizado utilizando un útero de una donante. El embarazo se consiguió tras la transferencia del primer embrión y transcurrió sin problemas hasta la semana 34, cuando la paciente desarrolló colestasis (obstrucción a la salida del flujo biliar) y prurito, por lo que se le practicó una cesárea prácticamente en la semana 35 del embarazo, naciendo un niño sano, que pesó 2.335 gramos.
Valoración bioética
Desde un punto de vista médico y social, que una mujer que no tiene útero pueda llegar a tener un hijo merece un juicio positivo. Sin embargo, este caso también requiere una reflexión ética adicional. Al margen de los riesgos-beneficios que esta intervención puede tener para la donante, la mujer receptora y el niño, también habrá que considerar el elevado coste de este tipo de intervenciones, además de lo que puede suponer económicamente todo el trabajo previo que ha habido que realizar para abordar con la mayor seguridad posible la intervención quirúrgica que el trasplante supone. Al margen de la dificultad quirúrgica de la extracción del útero, intervención que puede durar entre 10 y 13 horas, con los riesgos que ello implica, especialmente en lo que hace referencia a la disección de las venas pélvicas, lo que es técnicamente dificultoso y también a la posibilidad de dañar sus uréteres, también pueden existir complicaciones derivadas de infecciones o hemorragias, que en algún caso han requerido una intervención quirúrgica reparadora. Normalmente todas las donantes son menopáusicas, pero si alguna de ellas no lo fuera, habría también que considerar que pierde la posibilidad de nuevos embarazos. En cuanto a la receptora del útero, en primer lugar hay que informarla de los riesgos de la propia intervención, y sobre todo de que tras el trasplante tendrá que someterse a terapia inmunosupresora, tanto durante el embarazo, como después de él, pues si así no se hiciera podría facilitarse el rechazo del órgano trasplantado.
También habrá que tener en consideración los posibles daños que pudiera sufrir como consecuencia del embarazo. En este sentido, ahora se conoce que la mujer en cuestión ha sufrido tres episodios de rechazo y una preeclampsia, como ya se ha comentado al describir el caso clínico. Otro problema médico, también insoslayable, es que el útero trasplantado debe ser extraído tras el nacimiento del niño, para evitar la necesidad de que la mujer trasplantada sea sometida a la ya comentada terapia inmunosupresora, lo que sin duda es un problema adicional para ella. Al margen de lo expuesto, algo que no se puede obviar es que para conseguir el deseado hijo hay que recurrir a la fecundación in vitro, con las dificultades morales que esta práctica tiene, de la cual no es la menor el gran número de embriones que se pierden (Medicina e Morale 4; 613-616, 2012). Aparte de estas consideraciones, es indudable que en la balanza de lo positivo del trasplante de útero hay que incluir el deseo satisfecho de la mujer que lo recibe de conseguir un hijo. Sin embargo, un hijo siempre es un don, no un derecho de la mujer que lo desea, lo que indudablemente habrá que tener en consideración al valorar éticamente el balance riesgo-beneficio de este tipo de intervenciones.
Con Cristina Castillo, Observatorio de Bioética – Instituto Ciencias de la Vida, Universidad Católica de Valencia.
Auteur de l'article
Julio Tudela
España | Farmacéutico, profesor universitario en Universidad Católica de Valencia.
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