El profesor Rémi Brague ofrece a la plataforma One of Us su análisis de la crisis de salud global, que no puede reducirse a su dimensión médica y política. “En la actualidad, hablar de «biológico» se ha converti-do en una manera de des-acreditar el aspecto del que se habla separándolo de esta dimensión moral que es esencial del ser humano. Además, no había nada pu-ramente biológico en la cri-sis, ya que el contagio pre-supone relaciones entre las personas, y por lo tanto una sociedad.”
ONE OF US. — ¿De qué manera estaba anunciada la crisis sanitaria que golpeó al mundo con la Covid-19 ?
Rémi Brague. — Está bastante claro que era imposible predecir esta crisis con precisión, decir la fecha y el lugar de su aparición, predecir los sucesivos epicentros, etc. Por otra parte, podía decirse que la globalización de los intercambios, que nos aporta muchos beneficios, también podía fomentar la propagación de gérmenes patógenos. Ya hay preocupación por los tipos de virus que se liberarían por el derretimiento del permafrost siberiano debido al calentamiento global…
¿Cómo podemos explicar que la gripe de Hong Kong de 1969, que causó más fallecimientos que el coronavirus, o los cientos de miles de muertes que se producen cada año a causa de la malaria, no susciten ningún alboroto ?
Mientras escribo, puede que la Covid-19 no haya dicho su última palabra. Por ahora, en cualquier caso, las distintas epidemias que la historia recuerda, la de Atenas durante la Guerra del Peloponeso, la de Justiniano, la Peste Negra en el siglo XIV, la llamada Gripe “Española” después de la Primera Guerra Mundial, etc. han matado a mucha más gente que él. No recuerdo con exactitud las reacciones suscitadas por la gripe de 1969, si las hubo… En cuanto al paludismo, mucha gente piensa que es algo lejano, que «es para los negros» y por lo tanto, no importa demasiado… Solo conmueve a algunas organizaciones caritativas.
Más allá de su dimensión puramente biológica ¿esta crisis no es ante todo una crisis moral que cuenta otra cosa sobre la evolución de nuestras sociedades ?
¿Los hechos humanos nece-sariamente, y por lo tanto siempre, una dimensión moral ? En la actualidad, hablar de «biológico» se ha convertido en una manera de desacreditar el aspecto del que se habla separándo-lo de esta dimensión moral que es esencial del ser hu-mano. Además, no había nada puramente biológico en la crisis, ya que el conta-gio presupone relaciones entre las personas, y por lo tanto una sociedad. Tanto si la causa principal es la falta de higiene en los mercados chinos como los experimen-tos genéticos arriesgados en los laboratorios del mismo país, en ambos casos se ha descuidado la virtud moral de la prudencia, tanto en el sentido banal como en el filosófico. Es hora de volver a aprender que el vicio tie-ne consecuencias muy con-cretas o, para decirlo en términos bíblicos, que “la paga del pecado es la muer-te”.
LECCIONES METAPOLÍTICAS
¿Qué lección metapolítica podemos sacar de la crisis ? Enfrentados al mismo mal, los gobiernos parecen haber redescubierto las virtudes de los círculos naturales de solidaridad de la condición humana: la familia, los cuerpos intermedios, la nación y sus fronteras…
Es un hecho que el sueño más o menos consciente del Estado moderno (digo «el Estado» porque es una abs-tracción que va más allá de las personas que están a su servicio) de ocuparse sólo de individuos aislados, obligados a realizar el servi-cio militar, sujetos a im-puestos y formateados por la llamada educación «pú-blica» es, de hecho, más «estatal» que «nacional». Tira en la misma dirección que el Mercado, cuyo ideal es una nube perfectamente atomizada de productores-consumidores. Durante si-glos ha funcionado un me-canismo que busca aplastar todo lo que es intermedio, o al menos, saltárselo. Desde hace decenas de años, es la familia la que ha estado en el punto de mira de estos dos fríos monstruos. Estos otorgan sus favores lo que llaman bellamente «fami-lias reconstituidas». Y, so-bre todo, aprueban leyes que posibilitan el recono-cimiento de pretendidas familias totalmente artifi-ciales, basadas en la única decisión de los individuos y desconectadas de las reali-dades físicas de la repro-ducción. Estas actitudes son también una artimaña del Estado y del Mercado para deshacerse de este grumo que todavía subsiste en la «sociedad líquida». Para aquellos que sueñan con un mercado europeo o incluso mundial que sólo obedezca a sus propias leyes, la na-ción constituye un factor de retraso de este tipo.
Algunos Estados, como Francia, han optado por una estrategia de leyes excepcionales y de fuertes limitaciones. El Presidente de los Obispos de Francia no dudó en hablar de la «tentación totalitaria» de los Estados benévolos, que no saben confiar en la responsabilidad de los ciudadanos. ¿Qué nos dice esta crisis sobre la relación entre el Estado y el ciudadano ?
La tentación en cuestión se encuentra en todos los países. En cuanto a Francia, durante mucho tiempo ha representado un caso especial: un Estado muy centralizado que unificó el país bastante pronto. El Reino Unido pasó por el mismo proceso y también ha conocido una monarquía poderosa. Pero Francia no tenía una Carta Magna; llevó a cabo una revolución sangrienta en la que la burguesía urbana impuso su poder a unas provincias que eran o bien abiertamente rebeldes o bien esperaban y veían. Desde entonces, el Estado ha sido percibido de manera ambivalente, a la vez responsable de todo y como un ejército que campa a sus anchas en un país ocupado. Así que se le pide todo, pero al mismo tiempo se le intenta vituperar, robar, evadir impuestos.
¿Deberíamos temer una evolución higienista del gobierno político de los Estados modernos ?
En efecto, podemos temer que la preocupación por la salud pública se convierta en un pretexto para aumentar el control sobre los ciudadanos. Confieso que me preocupa lo que empieza a llamarse nudge. En inglés, se llama así a un pequeño y suave codazo en las costillas que nos anima, sin forzarnos, a tomar las decisiones que algunas personas, obviamente influyentes, consideran correctas. La higiene es un ámbito particularmente sensible de aplicación de esta actitud, que da otra versión soft del totalitarismo.
UNA CRISIS ANTROPOLÓGICA
¿Qué nos dice esta crisis mundial sobre nuestra relación con la muerte ?
Nuestra relación con la muerte es paradójica. Por un lado, nuestras socieda-des no sólo tratan de retra-sarla lo máximo posible, lo cual es muy bueno, y ade-más tan viejo como el mun-do, sino que la silencian, la hacen lo más discreta posi-ble, ni siquiera la nombran ya: se habla del «fin de la vida» del «desaparecido». Por otro lado, para los que no creen en Dios, la muerte es la última instancia. En otros contextos, he tenido la ocasión de reflexionar sobre la famosa frase de Nietzs-che, «Dios ha muerto», y de mostrar que lógicamente se convierte en «Dios es la muerte»: si la muerte ha triunfado incluso sobre el Dios vivo, entonces es más poderosa que Él, el Todo-poderoso, y por lo tanto más divina. Esta diviniza-ción podría explicar lo que parece oponerse a ella, es decir, que no estamos ha-blando de la muerte. Es una variante del Decálogo: «No tomarás en nombre de Dios en vano».
¿Volveremos a la sabiduría clásica del sentido de los límites ?
No tengo nada que decir sobre lo que nos depara el futuro, ya que no dispongo de ningún conocimiento. Como mucho, podríamos esperar que se produjera este tipo de redescubri-miento. Por otro lado, con-fieso que no tengo dema-siadas esperanzas. ¿Podría bastar una epidemia para causar un movimiento ge-neralizado y arar las almas profundamente ? Además, no me gusta que la gente hable de limitar nuestros deseos. Estos son infinitos por naturaleza. Más bien, debemos trabajar para diri-girlos en la dirección co-rrecta, la única en la que pueden encontrar un cam-po verdaderamente infinito.
LA NATURALEZA DEL BIEN COMÚN
La lucha contra el virus ha mostrado nuestra relación con la ciencia bajo una luz particular: al entregar las llaves del bien común al control de los expertos, habiendo demostrado los hechos que no todos estaban de acuerdo, ¿no ha mostrado la política ante todo los límites de la ciencia y el progreso ?
Lo que se cuestiona aquí es la naturaleza del bien común. «Mientras haya salud», dice el hombre de la calle (y todos lo somos un poco), no nos puede pasar nada grave, y en Año Nuevo nos deseamos «sobre todo, buena salud». Una vez decidido que el bien común supremo es la salud, es inevitable que debamos confiar en los expertos en la materia. En la conclusión de uno de sus primeros libros, quizás el mejor, El nacimiento de la clínica (PUF, 1963), Michel Foucault cita, por cierto de manera imprecisa, una frase de José Miguel Guardia: «La salud sustituye a la salvación» (p. 200). La fórmula exacta más cercana es: «La salud acabará venciendo a la salvación» (Histoire de la médecine, d’Hippocrate à Broussais et ses successeurs, París, 1884, p. 440). Para este positivista, era una esperanza lejana. Para nosotros, esto es una indicación de una tendencia que se amplifica. En el fondo, es una mutilación. La salud del cuerpo es algo excelente que hay que promover. Pero se pervierte cuando se separa de la salud de la sociedad y de las personas que la componen. Incluso me gustaría volver a la manera con la que entendemos habitualmente la famosa fórmula de Juvenal mens sana in corpore sano, es decir: Un cuerpo sano produce una buena mentalidad, o proporciona una buena moral. Al contrario, es cuando la gente trabaja por su propia salvación que la sociedad se basa en principios sólidos y que cuidamos unos de los otros, y por lo tanto, cuidamos correctamente a nuestro prójimo. Un ejemplo sencillo: si se ha pagado a los hospitales por servicios prestados, lo que ha provocado una disminución del nivel de atención, es ante todo porque se tomó la rentabilidad como criterio principal. Es una decisión política que se basa en una antropología determinada.
Antes de la crisis sanitaria, la conciencia ecológica podía aparecer como un despertar moral, pese a sus ambigüedades. Esta toma de conciencia apelaba a un cambio de los modos de vida, pero sin romper realmente con un enfoque muy globalizador de la protección del planeta, de ahí un discurso moralizador y punitivo, más bien ideológico, teñido de panteísmo y maltusianismo. ¿Vamos a ser testigos de un replanteamiento «natural» de la conciencia ecológica ?
Una vez más, yo no soy vi-dente ni profeta. Una vez más, no puedo más que es-perar. A veces me pregunto si este replanteamiento no tendrá lugar de todos mo-dos, por la sencilla razón de que si no tiene lugar, la humanidad estará conde-nada a desaparecer a corto o largo plazo.
Entrevista realizada por Thierry de La Villejégu et Philippe de St-Germain.